19.1.09

Como una mota de polvo...


Anoche, mientras me encontraba inmersa en la "concienzuda" tarea de despojar a mi abrigo negro de las innumerables motas de polvo y "pelusillas" acumuladas en su superficie como consecuencia de su continuo uso (y es que el frío, fuerza a ello); vinieron a mi mente ideas inconexas, ideas que relacionaban mi vida con esas diminutas motitas que se acumulaban por el transcurrir del tiempo en prendas de vestir.

Por un instante, me comparé a mi misma con una de esas motitas de polvo; comparé a los propios humanos con esas motas de polvo que vuelan libremente por el aire para, en un momento determinado, llegar a asentarse en un punto o lugar concreto. Tal vez para descansar por un momento de esa continua rutina que es el volar de un sitio a otro, sin rumbo fijo; tal vez para posarnos en un lugar donde poder asentarnos, donde poder llegar a establecernos, llegando a formar parte de ese sitio. Tal vez, en nuestras relaciones con las personas de nuestro entorno, seamos como esas motitas de polvo que parecen querer estar ascendiendo siempre hasta los cielos.

Llegamos lentamente, de puntillas, a las vidas de los que nos rodean; y, casi sin darnos cuenta (y sin que ellos realmente se den cuenta de tal hecho), llegamos a ser parte de ellos mismos. Saben que estamos allí, establecidos en un lugar concreto, a lo mejor sin pronunciar palabra alguna o sin ejercer actos que denoten nuestra presencia. Pero sabemos (y saben) que estamos ahí.


Al igual que a las motas de polvo, llega un momento en que una mano (o un pie, o una palabra... yo qué sé), hace acto de presencia y nos sacude violentamente de ese abrigo suyo que es la vida. Y entonces, volvemos a despegar, volvemos a desprendernos de ese lugar del que, por un período de tiempo más o menos largo, hemos llegado a sentirnos parte. Y seguimos ascendiendo al cielo, junto con otras motas de polvo que aspiran a buscar enigmas pintados en las nubes.

Hoy me siento como esa mota de polvo, como esas "pelusillas" que parecen no tener importancia aparente hasta que no se descubre su cuasi-invisible e insignificante presencia.


Y es que, en el fondo, somos como una mota de polvo...


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